13.3.08

Cádiz


"Yo nunca estuve, niña, en la Habana; y, tal vez por eso, no se me puede olvidar...Sin embargo, he estado en Cádiz, en ese Cai que, a fuerza de piropos, Antonio Burgos ha conseguido despertar en mí. He caminado por La Caleta, contemplando esa plata quieta que al son de las olas mansas viene y va. He estado en el Mentidero, que no es más que un quesito de plaza en el que dicen que se «graznan» todos los cotilleos de los «cursis», los «papafritas», los «bacalaos», los «siesos» y los «babuchas» que deambulan por Cádiz como si la pasearan. He recorrido su catedral que es una Venus de Milo vuelta de espaldas, con sus hombros altos y su cabellera rubia, ofreciéndose al mar todo el día, pero sin entregarse en cuerpo ni de noche... ¡o quién sabe! Y, cómo no, me he perdido en ese barrio marinero de la Viña en el que, como en un juego de guiños y gracietas, los «gaditas» han parido el neodespotismo ilustrado de los carnavales, que es esa guasa en la que todo es para el pueblo, pero con el pueblo, ¡presente!
En esta ciudad donde el viento es una asignatura que se aprende en la cuna, me he sentido, como Antonio, un «colao» con ganas de escribir una habanera inmortal. Tiene Cádiz un aire de colonia española y huele a Caribe. Hay en toda la ciudad vieja un algo de reconquista, el eco de una botella devuelta desde las tierras de ultramar. Como si de aquellos años de la Casa de Contratación hubieran quedado atrapadas en ciertos rincones, en muchas fachadas y en no pocos rostros las huellas de la madre americana. Como dijo Pemán, Cai es la señorita del mar, la novia del aire que nunca se casa con nadie y se exhibe por esas calles que aquí son tan libres, tan constitucionales y tan solidarias que todas, como los ríos de aquel poeta, van a dar a la mar que aquí, por suerte, no es el morir, sino la vida y el bulle-bulle de un pueblo que se siente de fiesta hasta en los duelos.
En Cádiz se habla un andaluz con gracia que suena a castellano apolvoronado y tartaja. Un decir que es una «jartá» difícil de «penetrá» y «descifrá» para quienes no estamos acostumbrados a hacer de consonantes y vocales una vianda más. En Cai la «mojarra» parece que se apelmazara entre el paladar y la quijada; y como que moverla fuera un sacrificio inhumano para quienes, por hacer reír, son capaces de llorar como los títeres de la Tía Norica. El castellano de Cai es un español a su manera. Y quién te dice a ti que, conociendo a los gaditanos, no hicieron el habla oscura a propósito sólo para «putear» a esos ingleses «carajotes» que venían a hacer el agosto y, de paso, a cambiarle el nombre al jerez por esa cosa tan cursi y lacia del sherry.
Desde que atraviesa Puerta Tierra y se adentra en ese Cádiz que fue Gades para los romanos, uno entiende por qué Lola Flores le dijo a Batista que su Habana era como un Cádiz con más negritos. Metidos a comparar, tampoco extraña que a un «miarma» sevillano como Burgos le haya conquistado el duende y la serena calma de esta Habana con más salero. Una ciudad que a su manera es también, como tantas otras, una ciudad de dos mares: «la mare que parió al poniente» y «la mare que parió al levante», que son los dos vientos que alternativamente y en constante sucesión se disputan la supremacía de los aires gaditanos. Una ciudad en la que por poca «panoja» sale uno «arreglaíto» y con una auténtica «jartura» de gambas de cualquier «cusitrí» o restaurante de tronío. Y es que Cádiz o Cai es como el Betis: mucho Cádiz. Bien seguro es que a mí, por este artículo, ni me dedicarán una calle ni me harán hijo adoptivo, pero ya voy entendiendo, niña, por qué tiene Antonio Burgos dos novias. La otra se llama Isabel."
Fernando Conde (ABC, 11 agosto 2007)